La independencia es para los pobres
José A. Laguarta Ramírez
Hace exáctamente 40 años, el Partido Independentista Puertorriqueño tuvo que reinscribirse por tercera vez consecutiva. Cuatro años después, entonando la consigna de "¡Arriba los de abajo!", no sólo quedó inscrito, sino que obtuvo más del doble de los votos que obtuvo en 1968. Fue en respuesta directa a este crecimiento del independentismo que Carlos Romero Barceló acuñó el hoy conocido eslogan, "la estadidad es para los pobres". En nuestro vecindario soplaban vientos revolucionarios, y para los dueños del poder, el verdadero cambio económico y social parecía una amenaza real.
El independentismo estaba directamente envuelto en las luchas de los trabajadores, de los rescatadores de terreno, de los presos, de culebrenses y viequenses contra la Marina. A pesar de los conflictos internos, el PIP creció nuevamente en las elecciones de 1976. Sumando los votos del Partido Socialista Puertorriqueño, que participaba por primera vez, el independentismo en su conjunto casi alcanzó los 100,000 votos, resultado no visto desde 1952 (en las que el PIP debutó como segunda fuerza política del país, con el apoyo del 20% del electorado). Al igual que hoy, eran tiempos de crisis a nivel mundial, pero que se amplificaban en el contexto colonial. La gente buscaba alternativas.
La crisis anterior, la Gran Depresión de la década del '30, había sido testigo del auge del nacionalismo militante de Don Pedro Albizu Campos, y culminó con el nacimiento del Partido Popular Democrático, que llegó a dominar la política local siendo un partido independentista. También fue la década del "Nuevo Trato", en que se construyó el estado benefactor estadounidense y se extendieron las primeras ayudas federales significativas a Puerto Rico. Culminada la Segunda Guerra Mundial, las intenciones del imperio quedaron claras y el líder máximo transó, arrastrando consigo el apoyo del pueblo. Lo demás, como dicen, "es historia". Con el Estado Libre Asociado adquirió nuevos bríos el anexionismo, que había quedado rezagado electoralmente.
Durante los '50 y '60, el Partido Estadista Republicano, y luego el Nuevo Progresista, se nutrirían de los nuevos estratos urbanas cuyo progreso o supervivencia económica (dependiendo del sector) parecía cada vez más depender directamente de la generosidad imperial. En ese contexto, a pesar del crecimiento del independentismo, hacía sentido hablar de la estadidad para los pobres. En 1975, se incluyó a Puerto Rico por primera vez en el programa federal de asistencia nutricional conocido coloquialmente como "los cupones". En esa misma década se extendió a Puerto Rico el salario mínimo federal. No en balde, en las elecciones de '76, bajo el liderato de Romero, el PNP obtuvo su primer triunfo electoral decisivo (en el '68 el Partido del Pueblo de Roberto Sánchez Vilella había dividido los votos del PPD, que hasta ese momento ostentó hegemonía electoral absoluta).
Pero el asimilismo no sólo se valió de las papeletas para adelantar su causa. Esa turbulenta década también fue testigo de una de las peores olas de represión en la historia del independentismo, que alcanzó su cénit con la ejecución sumaria de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado en el Cerro Maravilla de Villalba, un 25 de julio de 1978. La represión, el cambio en el balance geopolítico mundial, y las nuevas ortodoxias económicas marcarían la trayectoria del independentismo durante las próximas dos décadas. El capitalismo, en su versión más salvaje (el llamado neoliberalismo), parecía invencible, particularmente a partir del desplome del bloque soviético a principios de los '90.
Como resultado de esta combinación de factores, así como distintos elementos internos, tanto el PIP como el PSP fueron retirándose de las luchas sociales, para enfocarse en el discurso "patriótico" y el nacionalismo cultural (el PSP desaparecería en el 1993). A pesar de importantes sacudidas al sistema, como la Huelga del Pueblo y la renovada lucha contra la Marina en Vieques, la izquierda languideció. El voto independentista experimentó un estancamiento, y más recientemente, una merma significativa. Los grupos armados fueron desarticulados. Aún así, el espectro de la represión violenta resurgiría 27 años después de la masacre de Maravilla, un 23 de septiembre, en Hormigueros, esta vez directamente a manos de los federales, con la complicidad de un gobierno del PPD.
Nuestro panorama político hoy en día luce marcadas semejanzas al de hace cuatro décadas, en ese maravilloso y fatídico año en que ardieron las calles de París, Praga, México y Shanghai con las esperanzas de una nueva generación de estudiantes y trabajadores. Entonces, como ahora, en nuestro rincón del planeta ganó en las urnas un gobierno conservador, pro-imperio y pro-capital, menos por sus propios méritos o por su programa político, que por los fracasos de los gobiernos anteriores. Entonces, como ahora, el imperio quemaba sus cartuchos en lejanas tierras, en una guerra tan inútil como cruel, y ganaba la presidencia un candidato que prometía ponerle fin (asediado por el escándalo, aquel renunció al año de comenzar su segundo término – la guerra duraría dos años más).
Hay diferencias también. Ya no está el cuco de aquel otro imperio que mal llamaban "comunista". Pero hay otros cucos. Unos usan kaffiyas, y otros, al sur de nuestro continente, boinas rojas - por esos lares, sin embargo, los sueños de cambio ahora viajan sobre papeletas, no balas. (¿Por cuánto tiempo? Imposible saberlo... en gran parte depende de los planes que se cuajen en el norte).
La diferencia principal, no obstante, es la magnitud de la crisis del sistema capitalista mundial que apenas se asoma. Según la mayoría de los economistas, esta será más profunda y sus efectos podrían ser más devastadores que la crisis de los '70 e incluso que la de los '30. Frente a esta realidad inevitable, es difícil imaginar una válvula de escape que amortigüe el impacto de la crisis sobre los pobres y trabajadores en Puerto Rico, como lo hicieron en aquellos momentos las ayudas federales. Por otro lado, el ELA como modelo económico y político, exhausto hace más de 30 años, claramente no aguanta otro parcho más.
El desmantelamiento del estado benefactor estadounidense en los '90, y la crisis misma, producto de una desrregulación rampante que ha permitido que unos cuantos guisen a costa de los demás, han dejado sin fundamento alguno el mito de la estadidad para los pobres. Además, ni allá ni acá existe la voluntad política para implementar la estadidad. Es hora de entender que un imperio sobreextendido y en bancarrota es un peso muerto que, atado a nuestros tobillos, sólo nos puede seguir hundiendo si no cortamos ya la soga. Sólo la independencia – sin epítetos ni calificativos – nos abrirá las puertas para tomar nosotros mismos las decisiones que habrán de marcar nuestro destino como pueblo en el siglo que apenas comienza.
¿Podrá el independentismo, al igual que en los '70, crecerse a la altura de los tiempos? La oportunidad está ahí, pero de nosotros depende no desaprovecharla. La campaña “radical” del PIP, en estas elecciones, fue un buen comienzo, aunque sus frutos no se vean de inmediato. Lo esencial es no ceder ante la desesperación - no volver a abandonar la calle. Es allí, no en los colegios electorales, que se darán las luchas que definirán el futuro del país. El compromiso real que se demuestre en la calle, se manifestará en las urnas en su momento. Las decisiones concretas sobre el Qué Hacer (¿inscribir, o no inscribir?), sin embargo, le corresponden a cada organización, sin obstaculizar a las demás.
No obstante, me atrevo a hacer una serie de observaciones generales para el movimiento en general, a modo de sugerencia. Lo primero es abandonar toda ilusión – si es que de ilusión se trata – de "coger pon" con el partido de la colonia. Si existe un sector "soberanista", lo demostrará moviéndose hacia la soberanía, no mientras el partido colonial se siga nutriendo de los votos de los ilusos. Lo segundo es abandonar de una vez el nacionalismo cultural que tan bien han sabido manipular los colonialistas. La cantera de futuros independentistas es el pueblo trabajador, no una élite cultural movida por elevados sentimientos patrióticos. Lo tercero es que el independentismo se tiene que reconstruir desde abajo. Cada organización, respetando el espacio de cada cual, pero desde los barrios y los talleres, y con apertura a todas las críticas constructivas. Por último, basta de pasividad. La palabra “independentista” sólo tiene sentido si es sinónimo de militante. Si cada cual se da a la tarea, desde ahora, de convencer a un familiar, amistad o compañer@ de trabajo, en poco tiempo se duplica el número de independentistas, y así sucesivamente.
La independencia no es posible, ni es independencia, sin el pueblo pobre y trabajador. No se puede hablar del pueblo traicionándolo, ni contar con él ignorándolo. Si el pueblo va a asumir la bandera de la independencia, el independentismo tiene que retomar la bandera de los pobres, los trabajadores y los marginados. Volver – con ganas – al "¡Arriba los de abajo!" A los talleres y a los barrios. Afrirmar sin reparos que sólo hay derechos si son para tod@s. Ante la bancarrota total del ELA y su élite política, hay que insistir, contra todas las “verdades” aprendidas, miedos heradados y cinismos fabricados que sólo con la independencia podremos construir una sociedad para tod@s.
El primer paso es convencernos a nosotros mismos.
José A. Laguarta Ramírez
Hace exáctamente 40 años, el Partido Independentista Puertorriqueño tuvo que reinscribirse por tercera vez consecutiva. Cuatro años después, entonando la consigna de "¡Arriba los de abajo!", no sólo quedó inscrito, sino que obtuvo más del doble de los votos que obtuvo en 1968. Fue en respuesta directa a este crecimiento del independentismo que Carlos Romero Barceló acuñó el hoy conocido eslogan, "la estadidad es para los pobres". En nuestro vecindario soplaban vientos revolucionarios, y para los dueños del poder, el verdadero cambio económico y social parecía una amenaza real.
El independentismo estaba directamente envuelto en las luchas de los trabajadores, de los rescatadores de terreno, de los presos, de culebrenses y viequenses contra la Marina. A pesar de los conflictos internos, el PIP creció nuevamente en las elecciones de 1976. Sumando los votos del Partido Socialista Puertorriqueño, que participaba por primera vez, el independentismo en su conjunto casi alcanzó los 100,000 votos, resultado no visto desde 1952 (en las que el PIP debutó como segunda fuerza política del país, con el apoyo del 20% del electorado). Al igual que hoy, eran tiempos de crisis a nivel mundial, pero que se amplificaban en el contexto colonial. La gente buscaba alternativas.
La crisis anterior, la Gran Depresión de la década del '30, había sido testigo del auge del nacionalismo militante de Don Pedro Albizu Campos, y culminó con el nacimiento del Partido Popular Democrático, que llegó a dominar la política local siendo un partido independentista. También fue la década del "Nuevo Trato", en que se construyó el estado benefactor estadounidense y se extendieron las primeras ayudas federales significativas a Puerto Rico. Culminada la Segunda Guerra Mundial, las intenciones del imperio quedaron claras y el líder máximo transó, arrastrando consigo el apoyo del pueblo. Lo demás, como dicen, "es historia". Con el Estado Libre Asociado adquirió nuevos bríos el anexionismo, que había quedado rezagado electoralmente.
Durante los '50 y '60, el Partido Estadista Republicano, y luego el Nuevo Progresista, se nutrirían de los nuevos estratos urbanas cuyo progreso o supervivencia económica (dependiendo del sector) parecía cada vez más depender directamente de la generosidad imperial. En ese contexto, a pesar del crecimiento del independentismo, hacía sentido hablar de la estadidad para los pobres. En 1975, se incluyó a Puerto Rico por primera vez en el programa federal de asistencia nutricional conocido coloquialmente como "los cupones". En esa misma década se extendió a Puerto Rico el salario mínimo federal. No en balde, en las elecciones de '76, bajo el liderato de Romero, el PNP obtuvo su primer triunfo electoral decisivo (en el '68 el Partido del Pueblo de Roberto Sánchez Vilella había dividido los votos del PPD, que hasta ese momento ostentó hegemonía electoral absoluta).
Pero el asimilismo no sólo se valió de las papeletas para adelantar su causa. Esa turbulenta década también fue testigo de una de las peores olas de represión en la historia del independentismo, que alcanzó su cénit con la ejecución sumaria de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado en el Cerro Maravilla de Villalba, un 25 de julio de 1978. La represión, el cambio en el balance geopolítico mundial, y las nuevas ortodoxias económicas marcarían la trayectoria del independentismo durante las próximas dos décadas. El capitalismo, en su versión más salvaje (el llamado neoliberalismo), parecía invencible, particularmente a partir del desplome del bloque soviético a principios de los '90.
Como resultado de esta combinación de factores, así como distintos elementos internos, tanto el PIP como el PSP fueron retirándose de las luchas sociales, para enfocarse en el discurso "patriótico" y el nacionalismo cultural (el PSP desaparecería en el 1993). A pesar de importantes sacudidas al sistema, como la Huelga del Pueblo y la renovada lucha contra la Marina en Vieques, la izquierda languideció. El voto independentista experimentó un estancamiento, y más recientemente, una merma significativa. Los grupos armados fueron desarticulados. Aún así, el espectro de la represión violenta resurgiría 27 años después de la masacre de Maravilla, un 23 de septiembre, en Hormigueros, esta vez directamente a manos de los federales, con la complicidad de un gobierno del PPD.
Nuestro panorama político hoy en día luce marcadas semejanzas al de hace cuatro décadas, en ese maravilloso y fatídico año en que ardieron las calles de París, Praga, México y Shanghai con las esperanzas de una nueva generación de estudiantes y trabajadores. Entonces, como ahora, en nuestro rincón del planeta ganó en las urnas un gobierno conservador, pro-imperio y pro-capital, menos por sus propios méritos o por su programa político, que por los fracasos de los gobiernos anteriores. Entonces, como ahora, el imperio quemaba sus cartuchos en lejanas tierras, en una guerra tan inútil como cruel, y ganaba la presidencia un candidato que prometía ponerle fin (asediado por el escándalo, aquel renunció al año de comenzar su segundo término – la guerra duraría dos años más).
Hay diferencias también. Ya no está el cuco de aquel otro imperio que mal llamaban "comunista". Pero hay otros cucos. Unos usan kaffiyas, y otros, al sur de nuestro continente, boinas rojas - por esos lares, sin embargo, los sueños de cambio ahora viajan sobre papeletas, no balas. (¿Por cuánto tiempo? Imposible saberlo... en gran parte depende de los planes que se cuajen en el norte).
La diferencia principal, no obstante, es la magnitud de la crisis del sistema capitalista mundial que apenas se asoma. Según la mayoría de los economistas, esta será más profunda y sus efectos podrían ser más devastadores que la crisis de los '70 e incluso que la de los '30. Frente a esta realidad inevitable, es difícil imaginar una válvula de escape que amortigüe el impacto de la crisis sobre los pobres y trabajadores en Puerto Rico, como lo hicieron en aquellos momentos las ayudas federales. Por otro lado, el ELA como modelo económico y político, exhausto hace más de 30 años, claramente no aguanta otro parcho más.
El desmantelamiento del estado benefactor estadounidense en los '90, y la crisis misma, producto de una desrregulación rampante que ha permitido que unos cuantos guisen a costa de los demás, han dejado sin fundamento alguno el mito de la estadidad para los pobres. Además, ni allá ni acá existe la voluntad política para implementar la estadidad. Es hora de entender que un imperio sobreextendido y en bancarrota es un peso muerto que, atado a nuestros tobillos, sólo nos puede seguir hundiendo si no cortamos ya la soga. Sólo la independencia – sin epítetos ni calificativos – nos abrirá las puertas para tomar nosotros mismos las decisiones que habrán de marcar nuestro destino como pueblo en el siglo que apenas comienza.
¿Podrá el independentismo, al igual que en los '70, crecerse a la altura de los tiempos? La oportunidad está ahí, pero de nosotros depende no desaprovecharla. La campaña “radical” del PIP, en estas elecciones, fue un buen comienzo, aunque sus frutos no se vean de inmediato. Lo esencial es no ceder ante la desesperación - no volver a abandonar la calle. Es allí, no en los colegios electorales, que se darán las luchas que definirán el futuro del país. El compromiso real que se demuestre en la calle, se manifestará en las urnas en su momento. Las decisiones concretas sobre el Qué Hacer (¿inscribir, o no inscribir?), sin embargo, le corresponden a cada organización, sin obstaculizar a las demás.
No obstante, me atrevo a hacer una serie de observaciones generales para el movimiento en general, a modo de sugerencia. Lo primero es abandonar toda ilusión – si es que de ilusión se trata – de "coger pon" con el partido de la colonia. Si existe un sector "soberanista", lo demostrará moviéndose hacia la soberanía, no mientras el partido colonial se siga nutriendo de los votos de los ilusos. Lo segundo es abandonar de una vez el nacionalismo cultural que tan bien han sabido manipular los colonialistas. La cantera de futuros independentistas es el pueblo trabajador, no una élite cultural movida por elevados sentimientos patrióticos. Lo tercero es que el independentismo se tiene que reconstruir desde abajo. Cada organización, respetando el espacio de cada cual, pero desde los barrios y los talleres, y con apertura a todas las críticas constructivas. Por último, basta de pasividad. La palabra “independentista” sólo tiene sentido si es sinónimo de militante. Si cada cual se da a la tarea, desde ahora, de convencer a un familiar, amistad o compañer@ de trabajo, en poco tiempo se duplica el número de independentistas, y así sucesivamente.
La independencia no es posible, ni es independencia, sin el pueblo pobre y trabajador. No se puede hablar del pueblo traicionándolo, ni contar con él ignorándolo. Si el pueblo va a asumir la bandera de la independencia, el independentismo tiene que retomar la bandera de los pobres, los trabajadores y los marginados. Volver – con ganas – al "¡Arriba los de abajo!" A los talleres y a los barrios. Afrirmar sin reparos que sólo hay derechos si son para tod@s. Ante la bancarrota total del ELA y su élite política, hay que insistir, contra todas las “verdades” aprendidas, miedos heradados y cinismos fabricados que sólo con la independencia podremos construir una sociedad para tod@s.
El primer paso es convencernos a nosotros mismos.